Hoy en el metro vi a un señor que pegaba un anuncio publicitario en la pared. Lo hacía con una facilidad y rapidez que lo primero que pensé al verlo fue que yo, en su lugar, hubiera tardado años y que lo más seguro es que me hubiera quedado fatal.
Cada vez que intento planchar una camisa me queda con más arrugas que las que tenía antes de empezar. Cuando envuelvo un regalo queda todo chueco y se le nota la cinta adhesiva por todos lados. Cuando corto papel, aun usando una guillotina, no me queda el corte derecho. El otro día puse la ropa en mi lavadora y al terminar el ciclo me di cuenta de que había olvidado ponerle jabón.
Y podría continuar con una lista de muchas cosas en las que no soy buena y que, además, cuando las hago me llevan mucho tiempo y me siento frustrada al terminarlas. Al mismo tiempo podría enumerar muchas otras cosas en las que soy buena y en algunas otras hasta sobresaliente.
Sin embargo, tengo la impresión de que en el mundo en el que me desenvuelvo se le pone mucho hincapié al que insistas en aprender lo que no te sale muy bien. Y ahí anda uno invirtiendo tiempo en aprender lo que, además, nos cuesta más trabajo.
Mientras seguía viendo como el señor en el metro pegaba de una forma excelsa el anuncio, me acordé de la historia del golfista al que su papá le dijo que siguiera practicando su tiro bueno para no tener que usar nunca los malos. O como dice Talane Miedaner, en el libro de Coaching para el éxito, a veces es mejor pagar por tareas en las que uno no es bueno, a cambio de tu paz mental y de tener tiempo para lo verdaderamente importante, como tus sueños, por ejemplo.
¿Y si mejor me enfoco en mis talentos? en lo que hago muy bien para seguir expandiéndome. Eso de insistir en lo que uno no es bueno cansa, frustra y no genera placer, mucho menos diversión, como escribía la semana pasada. Cuando inviertes tiempo en lo que eres bueno y te sale bien el tiempo vuela y es hasta un gozo invertir en esas actividades.
¿Y si te enfocas en tus talentos?
¿Y si…sí?
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