Vengo regresando de un fabuloso viaje al sur de África y aunque el destino en sí ya suena fascinante es poco comparado con la variedad de experiencias. En pocos días visité viñedos, vi de super cerquita a los pingüinos, me interné en una de las reservas más grandes de la zona en la que vi pasar, literal, enfrente de mí: jirafas, elefantes jabalís y varios animales más.
Fue un viaje perfecto, bueno casi. El único detallito del viaje es que con la intención de conseguir un boleto de avión más económico pues me tarde dos días, si 48 horas en llegar y otras 35 en regresar. El vuelo de regreso fue más cansado, por el cansancio propio del viaje y el pasar tantas horas sentada, ni les cuento como me baje del avión. Y ya en casa el temido jet lag se hizo presente. Además yo regresé un lunes por la noche y al día siguiente ya me tenía que incorporar a mis actividades habituales de una semana laboral.
Ese martes la verdad lo padecí mucho, andaba medio dormida y un poco más lenta que de costumbre. Procuré levantarme a mi hora acostumbrada, tomar mucho café y después dormir una siesta, todo ello para intentar luchar contra el jet lag y evitar que mi cuerpo lo padeciera. Independientemente de mis sensaciones físicas, mi mente, bastante atolondrada buscaba formas de evitar pasar por ese proceso.
Y entonces, el miércoles desperté a las 4 a.m. y me dije: si ya estoy despierta ¿para qué intento quedarme en cama?, ¿para qué sigo luchando contra un proceso natural de adaptación de mi cuerpo? ¿y si mejor fluyo con él?
Así que a esa hora me levanté, aproveché para desempacar, lavar y volver a empacar para mi siguiente viaje (si, una locura, ya les contaré), me bañé y a las 6.30 a.m. ya estaba yo en mi oficina trabajando, de a poco me fui concentrando en una tarea. A las 8 p.m. ya estaba en cama, me dormí casi de inmediato. Al día siguiente igual a las 4 me levanté, trabajé un rato en mi casa y después me trasladé a la oficina a continuar con mis actividades. También dejé que mi proceso digestivo retomará su curso, comí cuando sentía hambre independientemente de la hora y bebí agua cuando sentía sed.
Y así de a poco, sin padecerlo, flui con el jet lag y este pasó en poco tiempo. Cuando empecé a sentirme mejor recordé las veces que me resisto tanto a una situación que acabo padeciéndola más de lo que en si provoca esa situación. Como cuando estás en el mar y te asustas tanto de la ola que por evitarla acabas con una terrible revolcada en vez de que si cuando la ves venir, te incorporas a ella y fluyes.
¿Y si fluyes con la vida?
¿Y si…sí?
"5 bloqueos que no te permiten reinventarte profesionalmente cuando estás por llegar a los 50"
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