
Amanecía y al abrir los ojos de inmediato supe que no tenía ganas de levantarme de la cama. Si pudiera aquí me queda, me repetía una y otra vez. Me tuve que levantar y todo el día me torturé por sentirme así… sin ganas.
Este martes no publiqué post en este blog, no recuerdo la última vez que algo así me hubiera pasado. Tenía varías ideas en el tintero, en un par de ocasiones me sentí a escribir, pero no tenía ganas, incluso en mi mente no surgieron las palabras. Me sentí culpable por ello y nuevamente me torturé.
Crecí en un ambiente donde la inactividad es mal percibida.
A tal grado que cuando me encuentro sin ganas me siento mal por ello, me reprocho y me descalifico. Sí, todo ello y encima poniendo a mi cuerpo en una situación de estrés que justo no le permite descansar y que esa falta de ganas me estaba gritando.
Sin confundirme hablo de una sensación pasajera, cuando el sin ganas es una constante en la vida es momento de ver a un profesional y evaluar una posible depresión. Yo hablo aquí de esos días en los que mi cuerpo me pide una tregua para fluir, para procesar el cúmulo de emociones que traigo atoradas en este periodo de mi vida y que no me había permitido sentir.
En mi opinión llenarnos de actividades esta sobrestimado, como si hacer muchas cosas fuera sinónimo de vivir. En la calma, en la inactividad también se vive y hasta se abren espacios para el diálogo interno y sentir. Se vale andar sin ganas. Si me abro a escucharlas estaré siendo auténtica
Cuando me lo permito, cuando dejo que las lagrimas fluyan y honro mis emociones, esas que estoy sintiendo y que como no son las positivas tienen mala fama, entonces es cuando las ganas vuelven a mi y hasta puedo escribir de ello.
¿Y si te permites sentir?
¿Y si…sí?
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