
Por más que vayas saliendo adelante de la pandemia hay que admitir que no ha sido sencilla y reconocer cuando no estás bien.
Hace meses que no escribía para el blog. Desde que inicie en 2017 esta aventura de escritura personal nunca había dejado de publicar por tanto tiempo. Dos meses han pasado y en ellos ha sucedido en apariencia poco, pero en profundidad mucho. Es que es complicado reconocer cuando no estás bien.
Ganas de escribir tuve. Varios temas rondaron mi mente y hasta dejé unos textos a la mitad. Lo que no encontraba era la energía y el entusiasmo para concretar. Meses atrás empecé a notar, de a poco, cambios en mis rutinas.
Al principio no le di importancia. Al final, según yo, no hacia mayor diferencia si cada día me levantaba un poquito más tarde que de costumbre, si algún día me saltaba el ejercicio, si comía un poco (o un mucho) más de lo habitual o me quedaba hasta tarde viendo series que ya me conocía de memoria.
Hasta que hizo la diferencia. Mi productividad bajo a niveles insospechados y el par de días que me iba a tomar de vacaciones para no hacer nada se extendió casi un mes. La semana que dejé de bañarme más tres días seguidos y me descubrí volcada en la comida supe que era momento de pedir ayuda e indagar sobre lo que me estaba ocurriendo.
Me tomó desprevenida. Sobre todo, porque ya salía a restaurantes, visitaba museos, veía a mis amigos y convivía con mi familia. Además de que ya contaba con la vacuna. A pesar de que me daba pena confesar que no estaba bien lo platiqué con algunas personas cercanas y varias me externaron que ellos estaban pasando por algo similar. Si bien continuaban con su trabajo y sus rutinas había algo que no era igual.
Porque no es que estuviera deprimida. Era distinto a otras veces en las que en verdad sentí que perdía el rumbo y me costaba moverme. Esta vez había ganas, planes a concretar, pero nomás no encontraba la energía para hacerlo.
Supe que si no quería pasar así el resto del año era momento de pedir ayuda. Reinicié terapia y tras un par de semanas empecé a recuperar el entusiasmo, la alegría, a retomar algunas de mis rutinas y volví a escribir para el blog.
Lo que me ha estado pasando se llama Languidez. Leí de ello por primera vez en este artículo del NY times que lo define como una sensación de estancamiento y vacío. Este es uno de los primeros impactos de la pandemia en la salud mental que ya se tienen identificado.
Saber lo que me estaba pasando me trajo calma. El ponerle nombre a lo que experimentaba me ha estado ayudando, primero a lidiar con ello y luego a trabajarlo.
Todo lo que ha estado sucediendo está teniendo un impacto en nosotros. Por más que “nos haya ido bien o no tan mal”, estemos teniendo aprendizajes de esta situación (Aquí te conté de ello) y estemos logrando salir adelante no podemos negar que, aunque algunos hayamos logrado ser inmunes al bicho no lo somos a la vorágine exterior. No reconocerlo, negarlo o dejarlo en el cajón del olvido no hará que desaparezca, las secuelas emocionales y mentales se manifestarán de una forma u otra.
A pesar de que ya nos estemos acostumbrando a vivir en este estado de temor e incertidumbre eso no es normal ni es la condición óptima para el ser humano. Lo que hemos vivido ha sido muy fuerte, algunos dicen que se puede equiparar a tiempos de guerra, lo que es claro es que no hemos estado bien.
El cambio que tuvimos que hacer no fue sencillo. La forma conocida en la que transcurría nuestra vida se vio truncada de golpe. Experimentamos una intensa sacudida de la que aún no sabemos cómo acabaremos acomodando. Todo esto nos afectará de formas que se nos irán manifestando. Así que vale la pena ponernos especial atención para descubrir cuando no estamos bien y sea momento de pedir ayuda.
¿Y si buscas ayuda?
¿Y si…sí?
"5 bloqueos que no te permiten reinventarte profesionalmente cuando estás por llegar a los 50"
Descarga el e-book