
Era viernes, después de una muy intensa semana de trabajo y compromisos, terminaba una sesión de la certificación en Coaching de equipos que estoy estudiando, y me urgía ir casa a preparar la maleta para la excursión del día siguiente.
Estaba concluyendo la clase y yo con mis cosas en mano estaba lista para partir… pero sólo yo, mis compañeros platicaban, contaban anécdotas, iban al baño, levantaban la mesa, tic, tac, tic , tac. —!Ya me quiero ir¡ —.
Finalmente salimos, parecía que iba a llover, yo tenía el auto a cinco cuadras, me dispuse a caminar a mi velocidad (los que me conocen saben que cuando tengo prisa el término rapidez apenas me define) y en eso me sostiene del brazo una compañera, me pide que hablemos de la sesión, miro al cielo negro lleno de nubes rogando que ella sea breve, no lo es, y la charla se extiende.
Por fin llego al centro comercial donde estaba mi auto, compro rápidamente algo en el supermercado para que me sellen el boleto, llego a las cajas y están llenas, me cambio tres veces de caja intentando formarme en la más rápida pero en todas hay un cajero o un cliente lento, deteniendo mi ritmo veloz.
Logré salir y la máquina para pagar estaba descompuesta, voy a la caja, no tienen cambio, espero, salgo a la calle, el tráfico se desborda, me voy cambiando de carril y cada vez que lo hago resulta más lento que el anterior, se detiene un taxi a recoger pasaje, ¿dónde? obvio delante de mí, para ese momento la sangre empieza a hervir en todo mi cuerpo, al siguiente auto que no avanza con la rapidez que yo espero estallo y grito: ¡Hoy salieron todos los lentos a la calle y se pusieron delante de mí!
Después de que casi choco por estar cambiándome de carril en un estado de bastante molestia, me asusté y me dijo que me tenía que calmar, que si seguía manejando así iba a tener un accidente. Tras lo cual empecé a respirar, a cantar, a cambiar mi foco de atención en los lentos y entonces me descubrí que el tráfico empiezo a fluir. Encontré espacios para ir a mejor ritmo, ya nadie se paraba y grito ¡viva! los lentos se regresaron a su casa.
Pero no es así. Es el mismo tráfico, la misma velocidad, los taxistas se siguen deteniendo a subir pasajeros, entonces, ¿qué cambió? …mi foco de atención.
Recordé esta hermosa frase que dice “donde está tu atención, está tu vida” y ese día yo había salido con mi radar listo para captar a todos los que no iban a la velocidad que yo quería, por mis prisas. Cambié mi foco de atención y cambió la situación, y así más tranquila llegue a casa, las siguientes veces que me he topado con todos los lentos en la calle recuerdo que soy yo y que eso está en mis manos cambiar.
¿Y si cambias tu foco de atención?
¿Y si…sí?
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